Es sencillo abordar el vacío sobre el lienzo, cualquier elemento lo habita: un punto, una línea, una mancha. En esta ocasión decido dibujar un óvalo; después, juego con los tamaños, formas y colores de las pinceladas. Observo atentamente cada fotograma oleoso. Aunque conozca la técnica escucho el azar, que me ofrece magníficos regalos. No existen fórmulas para retener una verdad en dos dimensiones. Mirar más y pintar menos ayuda; la mano se mueve pero el ojo decide: esta línea me sugiere un tallo, ese punto un guisante, aquella mancha un pétalo; un cactus, un bosque, una nube, un cielo despejado...
Creadores —que en la mayoría superan los doscientos años— pasean
por mi mesa mientras dibujo, mancho, borro, matizo, difumino,
y descanso la mirada. No juzgo el resultado hasta que macera varios días y compruebo, a través del espejo, que la imagen invertida y boca abajo también se sostiene. Si no es así comienzo de nuevo. Esther Revuelta