Mi ojo observa la mirada devuelta por el cristal reproductor. Trazo las primeras líneas renunciando a complacencias conceptuales, originales o modernas. Asocio colores libremente hasta reconocerme o encontrar a quién pueda caminar sobre el lienzo. Pintar retratos es difícil. Pintar autorretratos casi imposible; me divierte ver mi rostro cambiar de estado de ánimo con cada pincelada, transformarse en fisionomías conocidas y extrañas. Descanso. Sitúo el cuadro junto a la ventana. Con luz natural no lo reconozco; la boca se ha tornado azulada y arroja un antipoema de un hombre imaginario.
Entre el lino y el óleo se cuelan fragmentos de retratos de El Fayum -afortunados tiempos en que los artistas no existían-; modelos de Van Eyck y Van der Weyden; la lágrima del ángel de Messina, un manto de Giotto, un Arcangel de Fra Angélico, el ojo del Cardenal de Rafael, la esposa de Antonio Moro con Isabel Clara Eugenia de Sánchez Coello cogidas de la mano, un viento de Corot que acerca las sombras de Odilon Redon; Seurat, Matisse, Hiroshige, Miriam Cahn; personajes de historias de Dreyer, Lubitsch y Buñuel. Todos rechazan el ancla que les ofrezco; se hunden bajo las olas aceitosas que conforman la efigie.
ÓLEO SOBRE LIENZO
ART BY
ESTHER REVUELTA